Una fría noche en el
SAPU
Alex Ramos Cifuentes y Ricardo Flores Internos de Medicina Universidad de Chile
Alex Ramos Cifuentes y Ricardo Flores Internos de Medicina Universidad de Chile
Era una
fría noche de Noviembre. Ya estábamos en primavera, pero eso parecía no
importar. El frío penetraba en los huesos y la calefacción, tan necesaria y
anhelada, brillaba por su ausencia. "Ha estado tranquila la noche",
dijo la técnico paramédico, como llamando a la mala suerte.
Efectivamente, esa
noche en el SAPU no habían llegado muchos pacientes, lo cual no me molestaba en
absoluto. El doctor de turno, en vista de la escasa acción, se había ido a
acostar hacía pocos momentos en su duro colchón de la residencia médica,
dejándonos a mi compañero y a mí a cargo. "Efectivamente ha estado tranquila.
Tal vez nos podamos ir a acostar un rato", dije. Ya eran las 5 de la
mañana, y parecía que no llegarían más pacientes.
La noche anterior estudiamos hasta tarde, pues esa mañana habíamos tenido prueba, así que sueño no era de las cosas que me faltaban en ese momento. Bostezo, gatillando la respuesta de la técnico: "Vaya a acostarse no más. Nosotras le avisamos si llega alguien", me dice.
Con esto, me dispongo a pararme cuando el frío de la noche se vuelve repentinamente más intenso. Se escucha un grito en la entrada del CESFAM, aunque no se entiende con claridad lo que dice. Todos nos tensamos. "Una urgencia", dice una de las funcionarias, con una voz impresionantemente calma para la situación. Nuevamente un grito. Esta vez más cerca y claro. "¡Estoy ciego!, ¡Estoy ciego!", se escucha. La adrenalina empieza a bombear. En mi corta práctica como interno de medicina me he enfrentado a una serie de problemas que he debido resolver, pero me da la impresión que este será uno de los difíciles.
Entra a la sala del SAPU un hombre joven, que no aparenta más de 25 años, apoyado en una mujer de edad media "¡Estoy ciego!, ¡Voy a quedar ciego!"repite, gritando. Notamos de inmediato que algo anda mal con su cara. Sus párpados izquierdos están tan hinchados que cubren el ojo de ese lado, mientras su ojo derecho está bañado en sangre. Sus incisivos superiores ya no están presentes, y surge sangre de su boca. Vuelve a gritar "¡Estoy ciego!". Sigo observando. La piel de su cara parece estar plagada de algo que al principio me impresionan como manchas. Pero no lo son. Son agujeros. "¡¿Voy a quedar ciego doctor?!", pregunta. Aún no tengo forma de saberlo, así que no contesto. "¿Que le sucedió?", pregunto, a la mujer que finalmente sería su madre. "Le dispararon en la cara con una escopeta, doctor". "Pasa por aquí", le digo, guiándolo hacia la sala de procedimientos, "Pasa, para poder examinarte". Mientras guiamos al joven hacia esa sala, cruzo miradas con mi compañero. De inmediato nos damos cuentas que el otro está pensando lo mismo. "Llamemos al doctor", me dice. No podría estar más de acuerdo.
La noche anterior estudiamos hasta tarde, pues esa mañana habíamos tenido prueba, así que sueño no era de las cosas que me faltaban en ese momento. Bostezo, gatillando la respuesta de la técnico: "Vaya a acostarse no más. Nosotras le avisamos si llega alguien", me dice.
Con esto, me dispongo a pararme cuando el frío de la noche se vuelve repentinamente más intenso. Se escucha un grito en la entrada del CESFAM, aunque no se entiende con claridad lo que dice. Todos nos tensamos. "Una urgencia", dice una de las funcionarias, con una voz impresionantemente calma para la situación. Nuevamente un grito. Esta vez más cerca y claro. "¡Estoy ciego!, ¡Estoy ciego!", se escucha. La adrenalina empieza a bombear. En mi corta práctica como interno de medicina me he enfrentado a una serie de problemas que he debido resolver, pero me da la impresión que este será uno de los difíciles.
Entra a la sala del SAPU un hombre joven, que no aparenta más de 25 años, apoyado en una mujer de edad media "¡Estoy ciego!, ¡Voy a quedar ciego!"repite, gritando. Notamos de inmediato que algo anda mal con su cara. Sus párpados izquierdos están tan hinchados que cubren el ojo de ese lado, mientras su ojo derecho está bañado en sangre. Sus incisivos superiores ya no están presentes, y surge sangre de su boca. Vuelve a gritar "¡Estoy ciego!". Sigo observando. La piel de su cara parece estar plagada de algo que al principio me impresionan como manchas. Pero no lo son. Son agujeros. "¡¿Voy a quedar ciego doctor?!", pregunta. Aún no tengo forma de saberlo, así que no contesto. "¿Que le sucedió?", pregunto, a la mujer que finalmente sería su madre. "Le dispararon en la cara con una escopeta, doctor". "Pasa por aquí", le digo, guiándolo hacia la sala de procedimientos, "Pasa, para poder examinarte". Mientras guiamos al joven hacia esa sala, cruzo miradas con mi compañero. De inmediato nos damos cuentas que el otro está pensando lo mismo. "Llamemos al doctor", me dice. No podría estar más de acuerdo.
La
residencia donde dormía el doctor es una sala ubicada al lado de la sala donde
se realizan cirugías menores. Abrimos la puerta, y entramos a la habitación
oscura. El doctor se encuentra durmiendo plácidamente, aún sin saber que está a
punto de despertar. Muevo su pierna levemente, y me impresiona lo rápido que
reacciona. "¿Qué pasa?", nos dice. "Doctor, llegó un paciente
con heridas en la cara por un escopetazo", le dice mi compañero rápidamente,
sin perder el tiempo en ceremonias. "De acuerdo, voy de inmediato",
dice el doctor, con una calma que me llama mucho la atención. Se levanta, y nos
acompaña a la sala de procedimientos
. El paciente ya ha sido acostado por las técnicos de enfermería en la camilla. El doctor evalúa rápidamente al paciente y su situación, y actúa sin titubear. "Necesita ser trasladado urgente al San Juan. Vayan a buscar al Juan. Díganle que es urgente." Juan es el chofer de la ambulancia, que duerme en otra sala del CESFAM. Llega un par de minutos después completamente despierto, listo para cumplir su labor. "Este paciente debe ser trasladado de inmediato al San Juan. No hay tiempo que perder". Juan, con años de experiencia en este trabajo, sale raudo de la sala, a realizar las preparaciones necesarias en la ambulancia.
. El paciente ya ha sido acostado por las técnicos de enfermería en la camilla. El doctor evalúa rápidamente al paciente y su situación, y actúa sin titubear. "Necesita ser trasladado urgente al San Juan. Vayan a buscar al Juan. Díganle que es urgente." Juan es el chofer de la ambulancia, que duerme en otra sala del CESFAM. Llega un par de minutos después completamente despierto, listo para cumplir su labor. "Este paciente debe ser trasladado de inmediato al San Juan. No hay tiempo que perder". Juan, con años de experiencia en este trabajo, sale raudo de la sala, a realizar las preparaciones necesarias en la ambulancia.
Más
gritos. "Ayuda. Ayúdenme, por favor". Nuevamente alguien a la entrada
del CESFAM clama por auxilio. Acudimos a ver qué sucede. En esta ocasión es
otro joven, de edad similar al primero, que trae su polera en la mano. Posee
lesiones similares a las del primer paciente, pero en este caso se encuentran
distribuidas en tórax y abdomen. Lo llevamos a una camilla y le examinamos. No
eran agujeros, sino quemaduras producto de perdigones de escopeta, tal vez la
misma que había proyectado los misiles que golpearían la cara del primer joven
que habíamos visto. Aprovechando que la ambulancia estaba lista, derivamos a
los 2 pacientes en el mismo viaje.
"OK,
eso fue todo. Me recostaré un rato más. Vayan a acostarse. Es tarde", nos
dice el doctor, mientras se retira. Nos miramos con mi compañero. Ya sabemos
que esa noche no dormiremos. El frío parece haber desaparecido, mientras el sol
comienza a salir por el este.
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